El águila empujó gentilmente sus hijitos hacia la orilla del nido. Su corazón se aceleró con emociones conflictivas, al mismo tiempo en que sintió la resistencia de los hijos a sus insistentes empujones.
¿Por qué la emoción de volar tiene que comenzar con el miedo de caer? pensó ella. El nido estaba colocado bien en el alto de un pico rocoso. Abajo, solamente el abismo y el aire para sustentar las alas de los hijos. ¿Y si justamente ahora esto no funcionase ? pensó ella..
A pesar del miedo, el águila sabí­a que aquel era el momento. Su misión estaba presta a ser completada; restaba todaví­a una tarea final: el empujón.
El águila se llenó de coraje. Mientras sus hijos no descubriesen sus alas no habrí­a propósito para sus vidas. Mientras ellos no aprendieran a volar no comprenderí­an el privilegio que era nacer águila.
El empujón era el mejor regalo que ella podí­a ofrecerles. Era su supremo acto de amor .Entonces, uno a uno, ella los precipitó hacia el abismo.
¡¡Y ellos volaron!!
A veces, en nuestras vidas, las circunstancias hacen el papel del águila. Son ellas las que nos empujan hacia el abismo. Y quien sabe...
Tal vez sean ellas, las propias circunstancias, las que nos hacen descubrir que tenemos alas para volar...
Que hermosa comparación, no entendemos muchas veces los reveses que trae la vida, pero cuando lo comprendemos damos gracias a Dios por ellos, nos aportan mucho conocimiento y madurez y es cuando podemos dar fruto, asi como estos pichones aprendieron a volar, vuela tu en la libertad que da Cristo y depende de Su amor y gracia que tiene cada dí­a, Su cuidado es el mas tierno y nos entiende como nadie, por eso se hizo hombre.