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 HOY CAMBIARE LO AMARGO EN MIEL

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MensajeTema: HOY CAMBIARE LO AMARGO EN MIEL   HOY CAMBIARE LO AMARGO EN MIEL I_icon_minitimeVie Nov 13, 2009 9:12 am

Muy apreciado y siempre recordado pastor
Con gran alegría, y no sin cierta preocupación, he leído la carta
que ha llegado a mis manos la pasada semana. Había estado deseando
tener noticias suyas y por fin mi deseo ha sido cumplido para terminar,
en parte, con esa profunda preocupación que siempre me produce su
ministerio.
Según percibo de lo que se desprende de sus comentarios, usted concibe
la vida de un pastor como algo totalmente diferente a la vida de otros
cristianos; y eso me preocupó en cierta medida por la salud de su
servicio al Señor. La vida de un ministro del altar no es del todo
diferente a la vida de otros hombres de fe. Es cierto que debemos
enfrentar mayores desafíos y que tenemos mayores responsabilidades,
pero ni el peso de los primeros ni las preocupaciones que engendran las
segundas nos eximen de las vivencias áridas y estériles que muchas
veces tiene que experimentar todo hijo de Dios. Por eso, el ser
renovados constantemente es un mandato para todos los que creemos en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo, incluyéndonos los pastores; y eso,
aun cuando muchas veces ni las circunstancias, ni las más íntimas
fibras espirituales parecieran sernos favorables para la consecución de
tal fin.
Me ha escrito usted algunos comentarios relacionados con mi última
carta y me alegra saber que esta le ha resultado beneficiosa. La
alegría que me produce esa noticia ahoga, en cierta manera, la
inquietud que me produjo leer acerca de esa “Muy profunda esterilidad
ministerial” de la cual me habla en su último escrito.
Aunque, a decir verdad, esperaba que me escribiera usted algún día
sobre ese aspecto. No conozco ningún cristiano, incluyendo a los
líderes y a los ministros, que alguna vez no haya experimentado un
profundo sentido de sequía espiritual y esterilidad en su ministerio.
Todo verdadero hombre de Dios ha expresado alguna vez las mismas frases que me ha escrito usted:
“Tantas veces le he pedido perdón al Señor pues sé que no estoy
llevando ante su altar el fruto que de mí espera… Él ha visto mi
esfuerzo y mi dedicación y, sin embargo, ha visto también el fracaso
que ha seguido a mis esfuerzos… Me siento vacío, estéril… ¡Si Él me
renovara! ¡Si Él me hiciera reverdecer!
Al leer esas líneas, nuevamente he llegado a la conclusión de que
pude, perfectamente, haber firmado esa carta suscribiendo así cada uno
de sus pensamientos, cada sentido de sequía y esterilidad, y cada deseo
de reverdecimiento y de renovación que hay en su corazón.
Es por eso que decidí responderle escribiéndole acerca de un episodio
bíblico que ha sido como un bálsamo para mi corazón herido cada vez que
me he visto envuelto en semejantes circunstancias.
Trate de recordar ahora un poco la vida de Aarón. No es cosa difícil
la que le pido. Al hacerlo, casi todos evocamos la figura de ese
extraordinario hombre de Dios, sirviendo de intérprete a su hermano
Moisés, hablando a Faraón y diciéndole que dejara libre al pueblo de
Israel, o echando su vara delante de Faraón y de sus siervos mientras
esta se convertía en una serpiente, o levantando las manos de su
hermano Moisés mientras este oraba en la cumbre de un monte.
Tal vez también recordemos sus momentos menos radiantes; como aquella
ocasión cuando al notar que su hermano tardaba en descender del monte
en medio del cual Dios le hablaba, aceptó la propuesta de un pueblo
inclinado al mal que le pidió que les fabricara dioses que fueran
delante de ellos. E inevitablemente recordamos que de no haber sido
por la intercesión de Moisés, Dios le habría destruido.
Por eso quiero escribirle acerca de ese hombre; porque su vida esta
tejida con hilos blancos y con hilos negros, con hilos de oro y con
hilos de barro. Es tan real, tan cercano a nosotros. Su vida se
encuentra tan lejos de esa falsa “perfección” que quieren aparentar
muchos líderes modernos. Es tan espiritual y tan humano, tan santo y
tan lleno de equivocaciones, que su vida nos seduce, nos atrae, nos
arrastra como un río, hacia un mar de inspiración, de consuelo y de
aliento.
¿Recuerda usted la actitud de Coré, Datán, Abiram y On contra este hombre? En Números 16:3, la Biblia lo expresa así:
“Y se levantaron contra Moisés con doscientos cincuenta varones de
los hijos de Israel, príncipes de la congregación, de los del consejo,
varones de renombre. Y se juntaron contra Moisés y Aarón y les
dijeron: ¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos
ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿Por qué, pues, os
levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?”
Aarón fue un hombre desestimado. Coré, Datán, Abiram y On, así como
aquellos que le seguían, no apreciaron los sanos propósitos de su
corazón. Realmente no eran suyos, eran los propósitos de Dios.
Aarón solamente los interpretaba, los asumía, los aceptaba. No fue
suya la idea de ser un líder en medio de su pueblo, sino de Dios cuando
dijo a Moisés:
“Mira, yo te he constituido dios para faraón, y tu hermano Aarón
será tu profeta. Tú dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu
hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de
Israel”. (Éxodo 7:1-2).
Por eso, Aarón asumió esa posición y realizó esa misión. Fue una
misión impuesta por Dios. Por eso, Aarón no sólo asumió y aceptó esos
propósitos en su vida, sino que se presentó con ellos delante de toda
una nación y los defendió. Eso fue lo que nunca entendieron sus
adversarios. Lo juzgaron mal; lo desestimaron, lo deshonraron delante
de todos. Aarón fue un hombre desestimado. En opinión de muchos,
otros tenían gran valor, Aarón no. Él tenía la Palabra de Dios, el
deseo de Dios, la voluntad de Dios, el propósito de Dios. El pueblo,
sin embargo, lo desestimó.
¿Recuerda usted, hermano, cómo reaccionó Aarón? Déjeme recordarle:
bajo la más completa indefensión. No alzo su voz, no trató de aclarar
nada, no levantó su mano, no discutió, no argumentó. Su hermano menor,
viendo tal situación, dijo a sus detractores:
“… Pues Aarón, ¿Qué es, para que contra él murmuréis? (Números 16:11).
Y después, volviendo el pueblo a levantarse en contra de Moisés y en
contra de Aarón, la gloria del Señor descendió sobre Su tabernáculo y
dijo Dios:
“Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento”. (Números 16:45).
¿Recuerda lo que sucedió entonces? Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros. Y Moisés le dijo a Aarón:
“Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon
incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos,
porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha
comenzado”. (Números 16:46).
Y entonces vemos a este hombre humilde y desestimado ejerciendo un
ministerio sublime y lleno de gloria. Quizás pocas veces en la Biblia
se menciona algo parecido a lo que este hombre hizo en esta
oportunidad. Me parece verlo con su humilde figura y el incensario en
su mano derecha avanzar en medio de las sombras de la muerte. Creo ver
la luz de su incensario y el blanco humo que sube de él para apaciguar
la ira de Dios. Le veo llorar al ver morir a su pueblo, ese pueblo que
le ha humillado, desestimado y ofendido. Casi puedo escuchar su voz
como un gemir delante de Dios intercediendo por la nación. Él, que no
era digno según ellos, era el único que podía interceder por ellos ante
Dios. A veces grita, al tiempo que agita su mano, desesperadamente,
esparciendo el santo humo que puede salvar a sus enemigos. A veces,
impresionado al ver tantos muertos juntos, a su alrededor, inclina su
rostro y ora. Y entonces, lentamente, la muerte comienza a alejarse de
él y de su pueblo. A la distancia, el furor parece despedirse
definitivamente y él queda sólo entre los suyos. Baja el incensario,
se deja caer, exhausto, sobre la tierra. No escucha a nadie, no
escucha los gemidos de los que han quedado vivos para enterrar a sus
muertos, no escucha el llanto y los gritos de dolor y quebrantamiento.
Sólo sabe que en verdad Dios le ha escogido. Sólo sabe que él es el
sacerdote escogido por Dios.
En la próxima oportunidad seguiremos platicando sobre esta en la Segunda Parte.
Afectuosamente, su amigo,
José Ramón Frontado.
(Un pastor que también ha vivido tiempos de sequía espiritual)
frontado@cantv.net
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