Ocurrió en la sección aristocrática de una de las áreas prósperas
del sur de California. El número de la casa era el 600 de la calle
Arroyo. La hora del suceso: las doce de la noche. Dentro de la casa
había seis adolescentes: tres muchachas y tres jóvenes, todos ellos
hijos de familias pudientes, y todos estudiantes. De pronto se armó un
tiroteo entre ellos. Las tres niñas cayeron al suelo con heridas
mortales en la cabeza. Los tres jóvenes huyeron despavoridos. Una sola
pista tuvo la policía: en la casa había sesenta latas vacías de
cerveza. Lo triste del caso es que los seis jóvenes eran amigos, sin
ninguna rivalidad, ningunos celos, ningún odio. ¿Por qué entonces
ocurrió la matanza? La conclusión era evidente: lo declaraban las
sesenta
latas vacías de cerveza.
Sin querer, se formó en esta historia
policial el célebre número bíblico 666. El número de la casa era 600.
Sesenta latas vacías de cerveza daban cuenta de la actividad. Y eran 6
los jóvenes involucrados en la revuelta.
Según algunos intérpretes
bíblicos el 666 es el número de la bestia apocalíptica. Dicen ellos que
se refiere al gran sistema humano mundial compuesto de religión,
cultura, ciencia, filosofía, e ingeniería genética y social, y que
propone negar la soberanía de Dios, hacer caso omiso de sus leyes
morales, y desmentir su influencia sobre la humanidad.
En este caso
de Pasadena, California, podemos decir que la bestia que se puso en
juego, sin necesidad del número 666, fue la bestia antigua que dormita
debajo de una capa de civilización, cultura y buenos modales.
En
pocas palabras, se trata de la bestia del pecado escondida debajo de
una pátina de aparente refinamiento, lista para estallar dondequiera
que halle el primer ambiente propicio, como por ejemplo muchachos sin
ambición, música rock, sexo libre, y sesenta latas de cerveza.
¿Cuándo
habremos de reconocer que la gran mayoría de las tragedias de la vida
las provocan las demandas perversas de nuestro propio corazón? El
profeta Jeremías lo expresó con autoridad divina: «Nada hay tan
engañoso como el corazón. No tiene remedio. ¿Quién puede comprenderlo?»
(Jeremías 17.9).
¿Hay algo que podemos hacer para evitar tales
tragedias? Sí, podemos pedirle a Dios un cambio de corazón. Cuando
permitimos que Cristo sea nuestro Señor y Dios, algo grandioso ocurre
en nuestra vida. Él nos da un nuevo corazón. Busquemos, en humildad, la
gracia de Cristo. Él nos está esperando.
Hermano Pablo
Predicador y conferencista internacional