La muerte de la verdadCasi toda la cultura occidental fue una vez guiada por la verdad
inmutable de Dios. En las Escrituras Dios reveló a la humanidad que hay
ciertas verdades absolutas, quiero decir, que son verdaderas para todas
las personas, en todo lugar, y por todos los tiempos.
Por varios milenios, nuestras leyes fueron establecidas de acuerdo a
los patrones de Dios. Nuestra moralidad era juzgada de acuerdo a sus
requerimientos. Pero éste ya no es el caso. Con pocas excepciones,
ahora establecemos nuestras propias medidas y juzgamos la moralidad de
acuerdo a un concepto mucho más flexible de la verdad, uno que sugiere
que no hay absolutos, que toda la verdad es relativa y subjetiva; el
bien y el mal difieren de persona a persona y de cultura a cultura.
Esto se refleja en las declaraciones que oímos a menudo como:
“¡Nadie tiene derecho a decirme lo que es bueno o malo!”
“No puedo decirte lo que es bueno o malo, tú debes decidirlo por ti mismo”.
“Es malo que usted imponga su moral sobre otra persona”.
“Tengo el derecho a hacer lo que desee mientras que no dañe a nadie más”.
“Tienes que hacer lo que creas que es bueno”
“Esos serán los valores morales que tus padres te enseñaron, pero mis padres me enseñaron algo diferente”.
“Mira... esa es tu opinión”.
El resultado, por supuesto, es la muerte de la verdad. La verdad ya no
existe como una realidad objetiva en el mundo de la nueva tolerancia,
lo que quiere decir, a su vez, que la moral también ha muerto.
Bendiciones de lo alto.