La sucesión de catástrofes naturales
como los últimos terremotos que vienen sucediendo y, los reproches -
argumentos de agnósticos y "ateos" en más de una ocasión nos llaman a
alguna duda y hasta tal vez preguntarnos ¿... y dónde está Dios?
Foto La Nación
No
es apostasía, solo la perplejidad humana del creyente frente a la
impotencia que estos episodios generan. No sólo tiembla la tierra sobre
la que vivimos sino también la propia tierra que nos compone, y las
estructuras de nuestras creencias.
Bendita conmoción que nos llama a reconsiderar lo que estoy creyendo y de quién.
Jeremías dice:
“Alzad
bandera en la tierra, tocad trompeta en las naciones (...), temblará la
tierra, y se afligirá; porque es confirmado contra Babilonia todo el
pensamiento de Jehová, para...” (Jer. 51: 27, 29).
Toda esta
conmoción sirve para que nuestras propias conciencias encallecidas o
cauterizadas, como dice el apóstol Pablo, sean puestas en el remojo de
la conmoción y la piedra pómez de la palabra de Dios, por la acción de
su Espíritu, nos sensibilice para comprender aquellas cosas que suceden
a nuestro alrededor.
Los rigores de la vida, aún dentro de nuestra
actividad eclesiástica, suelen depositar en nosotros una serie de
rutinas y conceptos que anquilosan nuestra frágil espiritualidad y
llegan a hacernos creer que ya está todo hecho, que nos podemos mover
sin conflictos, un cierto grado de peligrosa autosuficiencia. Allí es,
donde suelen aparecer los peligros de la apostasía, de los prohibidores
que predice el apóstol.
¡Todo lo creado por Dios es bueno! (1 Tim 4). Y no hay dudas en ello.
Creo
que debemos redescubrir la sobrenaturalidad de Dios, volver a la fuente
de la sabiduría, de la que clama por las calles. ¡Ay! si me endurezco,
si nos endurecemos, duele más...
Dios es sobrenatural, es
trascendente, es inmutable y nosotros como parte de su Iglesia, debemos
sacudir de nuestras vestiduras aquellos depósitos convencionales que
nos restan trascendencia.
Vivimos en un mundo material pero nuestro
asiento está en el reino de los cielos, allí es donde el Señor nos
sentó. Somos ciudadanos del reino, en tránsito. No quiero vivir sólo
por lo natural ("no sólo de pan vivirá el hombre"), tengo hambre y sed
de Su sobrenaturalidad. En estos días, muchos se acostaron a dormir
confiados en su fortuna natural o en su status quo, y fueron
despertados por la conmoción viendo cómo la naturaleza se llevaba lo
que era suyo...
¿Qué les habrá quedado? Manos vacías... Corazones defraudados... Desolación...
¿Qué me quedaría a mí... a tí... en medio del cataclismo... o luego de él?
Una familia haitiana sobrevivió el terremoto en Haití, escapó a Chile buscando refugio... Allí otro terremoto los sacudió....
¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si
subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi
estrado, he aquí, allí tú estás. (Sal 139)
¡Bendito sea el nombre del Señor! Del que es y que era y que ha de venir.
Para
los que creen, redescubramos la espiritualidad de la vida, así los que
no creen tendrán un motivo más para reconciliarse con Él. Levantemos
bandera, aclamemos su nombre, tal vez el tiempo final de algunos sea el
mejor de todos los tiempos.
Señor, tienes algo para decirle a la
humanidad, que nuestras conciencias aún no entienden... Renuévalas para
escucharte, entenderte y obedecerte, que tus señales sigan a aquellos
que desean vivir tu sobrenaturalidad.
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Publicado por eperedo para Crisol el 3/03/2010 01:02:00 PM