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 LA HISTORIA DE LATIFF

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Octavio
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MensajeTema: LA HISTORIA DE LATIFF   LA HISTORIA DE LATIFF I_icon_minitimeJue Mar 18, 2010 9:15 am

Latiff era el mendigo más pobre de la aldea. Cada
noche dormía en zaguán de una casa distinta, frente a la plaza del
pueblo. Cada día tenía un breve descanso bajo un árbol distinto, con
mano extendida y perdido en sus pensamientos.

Cada noche comía de las limosnas o las migajas que
alguna persona caritativa le traía. Sin embargo, a pesar de su aspecto y
la manera en que pasaba sus días, Latiff era considerado por todos como
el hombre más sabio del pueblo, no tanto por su inteligencia, sino por
lo que había vivido.

Una soleada mañana el rey apareció en la plaza,
rodeado por sus guardias, caminando entre los frutos sin buscar nada en
especial. Riendo ante los mercaderes y compradores, el rey y su séquito
tropezaron con Latiff, quien dormitaba a la sombra de un roble.
Alguien le dijo al rey que estaba frente al más pobre de sus súbditos,
pero también ante uno de los hombres más respetados debido a su
conocimiento.

El rey, divertido, se acercó al mendigo y le dijo:
"Si puedes contestar mi pregunta, te dare esta moneda de oro". Latiff
la miró y casi con desprecio le contestó: "Usted puede quedarse con su
moneda, ¿qué haría con ella de todas maneras? ¿Cuál es su pregunta?"

El rey se sintió desafiado por la respuesta y en vez
de una pregunta banal, le hizo una que le estaba molestando por días y
que no podía resolver; un problema de bienes y recursos que los
analistas no habían podido solucionarle. La respuesta de Latiff fue
sabia y creativa. El rey se sorprendió; dejó la moneda a los pies del
mendigo y continuó con su camino al mercado, reflexionando sobre lo
ocurrido.

Al día siguiente regresó directamente a donde
descansaba Latiff; esta vez bajo un olivo. Otra vez el rey le planteó
una pregunta y nuevamente Latiff la contestó rápida y sabiamente. El
rey volvió a sorprenderse ante tanta inteligencia. En un acto de
humildad, se sacó sus sandalias y se sentó enfrente de Latiff.

"Latiff, te necesito", dijo el rey. "Estoy abrumado
por las decisiones que un rey tiene que tomar. No quiero lastimar a mi
pueblo y tampoco quiero ser un rey malo. Te pido que vengas al palacio y
seas mi consejero. No temas; te prometo que serás respetado y que
podrás irte cuando quieras... por favor".

Ya sea por compasión, por servir o por la sorpresa,
Latiff, tras pensarlo un poco, aceptó la propuesta del rey. Esa misma
noche Latiff llegó al palacio donde inmediatamente le asignaron un
lujoso cuarto. El cuarto estaba cerca al del rey y tenía una tina llena
de esencias y agua tibia esperándole.

Durante las siguientes semanas las consultas con el
rey se tornaron habituales. Cada día en la mañana y en la tarde, el
monarca consultaba a su nuevo consejero sobre problemas de su reino, de
su propia vida o de sus dudas espirituales.

Latiff siempre contestaba con claridad y precisión y
se convirtió en el vocero favorito del rey. Tres meses tras su arribo,
no había decisión que el monarca tomase sin consultar primero a su
apreciado consejero. Obviamente esto desató el celo del resto de los
consejeros. Veían en el mendigo una amenaza a su propia influencia.

Un día, todos los consejeros pidieron una audiencia
privada con el rey. Muy cautelosos y con gravedad le dijeron: "Su amigo
Latiff está conspirando para destronarlo a Ud." El rey dijo: "No puedo
creerlo".

"Puede confirmarlo con sus propios ojos", le dijeron.
"Cada tarde, como a las cinco, Latiff se escabulle del palacio hacia
el ala izquierda y entra en un cuarto oscuro. Se reúne con alguien en
secreto, aunque no sabemos con quién. Le hemos preguntado dónde va
todas esas tardes pero nos da respuestas evasivas. Su actitud nos
alertó con respecto a la conspiración".

El rey se sintió defraudado y lastimado. Tenía que
confirmar este informe. Esa tarde como a las cinco, esperó a Latiff
bajo las escaleras. Vio a Latiff llegar a la puerta y mirar a su
alrededor, con una llave colgando de su cuello. Abrió la puerta de
Madera y se escabulló secretamente en la habitación. "¿Lo vio?" los
otros consejeros le gritaron. "¿Lo vio?"

Seguido por su guardia personal, el monarca tocó a la
puerta. "¿Quién es?" preguntó Latiff desde dentro. "Soy el rey",
contestó, "ábreme la puerta".

Latiff abrió la puerta. No había nadie dentro,
excepto Latiff. No había otras puertas o ventanas, no había accesos
secretos o moblaje alguno en que alguien pudiese ocultarse.

Dentro de la habitación solo había una plato
desgastado de madera; en una esquina, un bastón y en el centro del
cuarto, una tunica raída colgando de un gancho en el techo. "¿Estás
conspirando contra mí, Ltiff?" preguntó el rey.

"¿Cómo podría, su Majestad?" contestó Latiff. "De
ninguna manera. ¿Por qué lo haría? Hace tan solo seis meses, cuando
llegué, lo único que tenía era esta túnica, este plato y este bastón.
Ahora me siento tan cómodo en la ropa que visto y con la cama en que
duermo, me siento tan honrado por el respeto que me brinda y tan
fascinado por el poder que me ha concedido... de estar cerca de Ud...
que cada día vengo aquí para tocar esta vieja túnica para asegurarme que
recuerde... quién soy y de dónde vengo.

Muy cierto. Nunca debemos olvidar quiénes somos y de
dónde venimos. La vida da vueltas y bien pudiéramos regresar al mismo
lugar.

Jorge Bucay, escritor argentino
Fuente: www.motivateus.com

Queridos Hermanos:

No cabe duda que nos ahorraríamos muchos dolores de
cabeza si pudiésemos mantenernos agradecidos a Dios por las bendiciones
que nos han sido otorgados, aún sin merecerlas. Y es que mucho de lo
que alcanzamos de este lado del cielo no es tanto por nuestro esfuerzo y
duro trabajo (que ciertamente juegan un papel importante) sino por la
gracia divina. Si miramos a nuestro alrededor, no pasará mucho tiempo
para que descubramos a otros que trabajan más duro y se esfuerzan más
que nosotros y sin embargo, no cosechan nuestros triunfos. ¿Nos hemos
preguntado alguna vez por qué?

En vez de concluir que somos especiales, ¿por qué no
más bien reconocer que tenemos un Dios fuera de serie que se place en
bendecirnos? Ojalá que sepamos no sólo atesorar sino aplicar la
moraleja de esta anécdota... adelante y que el Señor les bendiga.

Raúl Irigoyen.
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http://iglesiacristianavidanueva.blogspot.com
 
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