Todos hemos leído esta hermosa parábola del Nuevo Testamento, la parábola del Hijo Pródigo se aplica a cada uno de nosotros en realidad, cada día de nuestra vida, en cada paso que damos estamos propensos más bien sujetos a tomar decisiones… qué bueno que tengamos libre albedrío, para que no culpemos luego a Dios de nuestros errores.
En cada decisión por pequeña que sea estamos reflejando nuestro grado espiritual, si somos más o menos justos, más o menos individualistas, el grado de compromiso que tenemos con nosotros mismos en nuestra tarea de ser buenos Hijos de Dios…
Dios está a la puerta, dice su palabra, está esperando que retornemos de nuestras divagaciones por la confusión a la que el orden provisional de las cosas nos somete, Dios no deja de aguardarnos, nos acercamos a Dios siempre que hacemos algo noblemente y por una razón correcta.
La parábola del Hijo Pródigo es más que un ejemplo, es una orden imperativa, porque si no retornamos al Padre estamos avocados a ser destruidos por consecuencia de nuestros propios actos. Dios envía Ángeles que no siempre tienen alas (aquellos que nos aconsejan con amor y sabiduría lo son, sin duda alguna), no evitemos escucharles, no nos confiemos en nuestra propia naturaleza, Dios sabe que sin su cobertura estamos sujetos a ser polvo en el viento.
Nunca es tarde para reflexionar sobre nuestros actos cotidianos, hagamos una rutina de examinar nuestra conciencia, veremos que a tiempo, se pueden deshacer faltas que pudieran perjudicar mucho, incluso a nosotros mismos.